Protección Integrada de Cultivos: una visión general (parte I)

UNA VISIÓN GENERAL

Álvarez, AJ, Oliva, RM, Galindo MN
Universidad de Almería, Departamento de Ingeniería

En 1798, de forma anónima y cinco años más tarde bajo su propia firma, el reverendo Thomas Robert Malthus (Ensayo sobre el principio de la población), miembro de la Royal Society de Londres, puso la atención sobre dos fuerzas con un crecimiento desequilibrado: la población humana y la producción de alimentos y fibras textiles. Decía Malthus “…no veo manera por la que el hombre pueda eludir el peso de esta ley…”. Sin embargo, afortunadamente, el carácter conservador y pesimista de Malthus soslayó el elemento capaz de equilibrar esta descompensación: el avance científico y tecnológico.


Los últimos años de vida de Malthus coincidieron con la infancia y adolescencia de Gregor Mendel (que conoció las obras darwinianas, aunque no a la inversa). Este genial monje agustino es, en parte, responsable de que la “maldición” malthusiana no se haya consumado. La pobre repercusión que, en aquel momento, tuvieron sus trabajos entre sus coetáneos (1866) culminaría un siglo más tarde bajo la denominada REVOLUCIÓN VERDE gracias a que la ciencia comenzaba a entender el “lenguaje” genético de las plantas a la vez que el mundo empezaba a alimentarse con los trigos enanos del premio Nobel Norman Borlaug. La primera revolución verde o revolución neolítica como acuñó V. Gordon Childe (si es que una revolución puede producirse en el transcurso de miles de años) comenzó a gestarse diez u once milenios antes, cuando el hombre del neolítico empezó a cultivar y domesticar algunas especies que crecían de forma salvaje.


Este hombre primitivo afrontó el reto de la domesticación siguiendo el procedimiento empírico que ha predominado hasta hace apenas un siglo, es decir, la selección en masa o la elección y propagación, generación tras generación, de los individuos con las características deseadas. Todo este proceso de selección se realizó, principalmente, sobre caracteres observables, aunque también sobre otros no observables, como el carácter comestible o el sabor. Como consecuencia, el proceso de domesticación y mejora produjo otras modificaciones morfológicas (menos evidentes que los caracteres seleccionados) y fisiológicas que están relacionadas con la pérdida de resistencia de las plantas frente a plagas y enfermedades.


En el momento actual, los logros de la segunda revolución verde conviven con una nueva revolución a la que hemos llegado gracias al desarrollo de la biotecnología. Lo que de otra forma jamás se hubiera conseguido (como introducir una secuencia genética de una bacteria en el genoma de una planta), hoy en día es una realidad que ha dado lugar, por ejemplo, a plantas capaces de expresar una proteína tóxica para determinados fitófagos. La obtención de plantas con tolerancia a algunos herbicidas también ha supuesto un avance espectacular en la protección de cultivos. Como cualquier otra tecnología, estos avances entrañan riesgos que deben ser evaluados, pero el rechazo que en general manifiestan los consumidores se debe a que la principal fuente de información proviene de entornos con cierto “radicalismo medioambiental” y escasa base científica. No podemos renunciar a este avance, aunque sí estamos obligados a evaluar los riesgos y adaptar la tecnología a entornos socioeconómicos más desfavorecidos para no contribuir a mayores desequilibrios.


El manejo de plagas y enfermedades evolucionó en el transcurso de miles de años desde el perfeccionamiento de prácticas como la rotación de cultivos, la fecha de siembra, el manejo de la densidad de plantación y del suelo, el control biológico y el uso de productos inorgánicos de origen natural, hasta que en la década de los años cuarenta se descubrieron algunos productos de síntesis con un potencial espectacular en aplicaciones relacionadas con la sanidad vegetal. El descubrimiento del diclorodifeniltricloroetano (DDT) y del hexaclorobenceno (HCB), por ejemplo, cambió por completo el planteamiento y, a partir de este momento, el control de plagas y enfermedades consistió, casi exclusivamente, en el empleo de pesticidas. La aparición de resistencias, nuevas plagas, contaminación del medio, residuos en los alimentos, problemas de salud pública, etc. evidenciaron todas las graves contraindicaciones del uso intensivo de estos productos (Fig. 1). L.D. Newsom, denominó a las dos primeras décadas del control basado en la aplicación de productos de síntesis como los “años negros” del control de plagas. Desde un punto de vista ecológico, la aplicación de un insecticida en un cultivo tiene como resultado un desorden caótico difícil de predecir debido a que el insecticida no sólo tiene un efecto tóxico sobre la plaga, sino que también afecta de una forma muy compleja a la interacción entre especies y a otros procesos del sistema.

Fig. 1: Raquitismo del cultivo y hojas curvadas ocasionadas por el virus TYLCV transmitido por Bemisia tabaci.

En definitiva, la creciente demanda de alimento y fibras textiles condujo a la agricultura convencional a una necesaria intensificación de la producción; el desarrollo de productos derivados de la industria química (fertilizantes minerales y pesticidas sintéticos) permitió conseguirlo por el camino fácil. Los riesgos y consecuencias de este uso intensivo de agroquímicos no se valoraron y esto ha tenido importantes repercusiones sociales y medioambientales (Fig.2). Además, por otro lado, el sector relacionado con la maquinaria agrícola es otra importante industria que ha contribuido al abandono de algunos aspectos de manejo de la agricultura tradicional que balanceaban el equilibro de los agroecosistemas.


En cualquier caso, tampoco se debe “demonizar en exceso” a la industria química que ha jugado (y juega) un papel fundamental en la agricultura y ha permitido obtener unos elevados rendimientos. Casi siempre, al referirnos a los agroquímicos, se enfatizan los aspectos negativos, pero no debe olvidarse que gracias al desarrollo de esta industria también se salvaron miles de vidas y se alimentaron (y se alimentan) a millones de bocas. Es decir, aparecieron en un momento dado en un contexto de explosión demográfica, no se sopesaron todas las implicaciones relacionadas con su uso intensivo y, en lo sucesivo, debemos aprender de estos graves errores. Además, existen muchas sustancias de origen natural que no son precisamente inocuas.

Fig 2: Consecuencias del uso intensivo de insecticidas

La protección de cultivos basada exclusivamente en el control químico no es sostenible desde ningún punto de vista. El término manejo integrado de plagas se utilizó por primera vez por R.F. Smith y R. van den Bosch en 1967. Aunque son distintos los enfoques que tratan de definir este concepto, y su significado ha tenido una rápida evolución desde su aparición, se podría decir que la protección integrada de cultivos incluye todas las estrategias de control orientadas a evitar pérdidas económicamente significativas en un contexto que minimice el daño medioambiental y garantice la salud pública. Por tanto, es importante establecer el daño o umbral económico permisible. Aunque, normalmente, este concepto se define como el nivel por debajo del cual el tratamiento químico no se justifica económicamente, con el enfoque mucho más amplio que ofrece el manejo integrado de plagas, el umbral económico debe definir la estrategia de manejo relacionada con todas las acciones de control disponibles para que no se alcance ni se supere ese nivel establecido. Está claro que existe una correlación positiva (aunque no necesariamente lineal) entre la densidad de plaga y la pérdida de rendimiento del cultivo. De una u otra forma, el umbral económico no es una constante (umbral dinámico), sino que depende de otros muchos factores como la fase de desarrollo del cultivo, las características resistentes de las variedades actuales, los métodos de control disponibles o la propia capacidad de compensación de los cultivos para evitar pérdidas de vigor y/o rendimiento.


Y es que el manejo integrado de plagas es mucho más que plagas, enfermedades, malas hierbas, resistencia de los cultivos, clima, suelo y métodos de control. Por ejemplo, algunos aspectos que habitualmente se obvian pueden tener una gran incidencia en el desarrollo de fitófagos. En concreto, el contenido en nitrógeno de las plantas es una variable de gran importancia en el desarrollo de los insectos ya que juega un papel fundamental en la biosíntesis de sus tejidos. El contenido en nitrógeno de la ingesta de los insectos debe estar comprendido entre el 1 y 3% para asegurar un desarrollo normal. Insectos comedores de hojas reaccionan incrementando la ingesta cuando el alimento presenta un bajo contenido en nitrógeno. Sin embargo, por otro lado, los insectos que se desarrollan sobre cultivos con un buen suministro de nitrógeno presentan ciclos de vida más cortos y, por tanto, se presentan en mayores densidades. Esta es una muestra de la complejidad del control de plagas.

 En el concepto de manejo integrado de plagas deben incluirse todas las técnicas de detección (monitoreo) y predicción (modelos) que representan una importante herramienta para la toma de decisiones incluso en situaciones complejas e inciertas. Los sistemas de apoyo a la toma de decisiones (Decision Support Systems DSS) constituyen un conjunto de herramientas cuyo uso conjunto está llamado a tener una proyección de futuro fundamental. Pueden orientarse a la simple detección de la presencia de una plaga o configurar sistemas más complejos que incluyen la detección, cuantificación y caracterización, dinámica poblacional, estimación de daños, evaluación del impacto económico y propuesta de métodos de control.

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